Cómo el Big Bang hace 30 años transformó a Londres en una potencia financiera global
- 30 octubre 2016
"Estaba acostumbrado al ajetreo y la multitud en el piso", dice Alasdair Haynes.
"Y para el lunes ya no quedaba nadie. Había un completo silencio, era extraordinario", agrega Haynes, que solía trabajar en el piso de remates de la Bolsa de Valores de Londres, y ahora es presidente ejecutivo de la plataforma de negociación Aquis Exchange.
El lunes al que se refiere ocurrió hace 30 años. Fue el día del Big Bang, cuando, de un solo tajo, la City, el distrito financiero de Londres, fue desregulado y se revolucionó su destino convirtiéndolo en una capital financiera a la par con Nueva York.
El cambio de Londres en 1986, de las negociaciones de acciones tradicionales cara a cara a las negociaciones electrónicas, ayudó a la capital británica a superar a sus competidores europeos y convertirse en un imán de la banca internacional.
Incluso si Londres ahora pierde acceso al mercado único europeo, muchos creen que el legado del Big Bang es una infraestructura financiera con fundamentos demasiado profundos para alterarlo.
Pero muchos también dicen que esto sembró las semillas de la crisis financiera de 2008.
Hubo tres elementos clave en la revolución del Big Bang:
- La abolición de los límites fijos en las comisiones de las transacciones
- El fin de la separación entre los que negociaban acciones y los que asesoraban a los inversores
- Permitir a las firmas extranjeras tener agencias de corretaje británicas
Al poner fin a las comisiones el Big Bang permitió más competencia; al terminar la separación de agentes y asesores, permitió las fusiones y las ofertas de adquisiciones; y al permitir la entrada de empresarios extranjeros abrió el mercado de Londres a los bancos internacionales.
Así, junto con la nueva magia de las transacciones electrónicas, la City saltó del siglo XIX al umbral del siglo XXI.
Mundo cambiante
Se piensa que fue Margaret Thatcher, como primera ministra, quien impulsó el Big Bang como parte de un programa de desregulación, pero ya había poderosas fuerzas en funcionamiento.
A principios de los 1980, las autoridades reguladoras amenazaban con llevar a la bolsa de valores al Tribunal de Prácticas Restrictivas.
Nicholas Goodison, entonces presidente de la Bolsa de Valores, creía que iba a ser mejor anticiparse a los abogados para evitar que se les forzara a destruir su libro de regulaciones.
En cualquier caso, el mundo estaba cambiando. Estados Unidos había abolida las comisiones fijas en 1974, y en 1979 el gobierno conservador británico abolió el control de cambio, lo que provocó el renacimiento financiero y económico en Reino Unido.
"Y hubo otros hechos", dice David Buik, quien ahora es comentarista de mercados de la firma Panmure Gordon.
"Tenemos que recordar que el LIFFE (London Internacional Financial Futures and Options Exchange) (Mercado Financiero Internacional de Futuros y Opciones de Londres) comenzó en 1982 y ya había atraído a los grandes bancos estadounidenses y japoneses, sin mencionar las privatizaciones de British Gas, British Airways, etc.".
Al final fueron Goodison, el Ministro de Comercio e Industria, Cecil Parkinson y el Ministro de Hacienda Nigel Lawson, quienes persuadieron a Thatcher de apoyar las reformas que cambiaron a la City para siempre.
Corredores e intermediarios
Los operadores de la City fueron divididos estrictamente en dos: corredores e intermediarios. Los intermediarios tratan con los clientes y después pasan las órdenes del cliente a los corredores quienes llevan a cabo la transacción real, cara a cara en el piso de remates.
Hasta 1967 las transacciones eran realizadas en el piso de remates del viejo Capel Court, conocido como "La Casa", donde había "meseros" que mojaban el piso para evitar que se levantara el polvo.
Hoy en día, la City previa al Big Bang tiene una imagen de caballero con sombrero de bombín para quien un buen almuerzo y una larga amistad eran más importantes que las ganancias.
Pero no siempre fue así, según Brian Winterflood, fundador de Winterflood Securities, quien fue intermediario en Greener Dreyfus desde los 1950.
"Almorzábamos, pero nunca dejábamos de llevar a cabo transacciones", dijo en una entrevista en 1990.
"Si estábamos muy ocupados para ir a almorzar, no íbamos a almorzar, y nos robábamos una media hora aquí o allá".
Bonanza de transacciones
Crucialmente para el subsecuente desarrollo de Londres como centro financiero internacional, el Big Bang produjo una "batalla campal" a medida que se fusionaban los corredores, los intermediarios y los bancos mercantiles tradicionales de la City.
Algunos fueron comprados por las cámaras de compensación británicas pero muchos más fueron adquiridos por bancos estadounidenses, europeos y japoneses más grandes.
Todas las 300 firmas miembros de la bolsa de valores habían sido nacionales, pero en un año 75 eran de propiedad extranjera.
Los intermediarios se desvanecieron y el piso de remates quedó desierto.
Todo esto significó que el volumen de transacciones que entraron por las nuevas terminales se disparó. Después del Big Bang sumaron en promedio más de US$7.400 millones a la semana, comparado con un US$4.500 a la semana antes de éste.
Y los costos también disminuyeron.
"Cuando yo comencé costaba una fortuna realizar una transacción, los balances entre las compras y las ventas eran enormes. Ahora puedes negociar con tu móvil por unos US$6", dice Haynes.
Se dice que el Big Bang creó 1.500 millonarios. Cerca de 95% de las firmas habían sido propiedad de sociedades, y deslumbradas por las sumas masivas en oferta muchos vendieron y se retiraron.
También cambió la geografía de Londres.
Hasta entonces en Banco Central de Inglaterra había insistido en que todos los bancos tenían que estar ubicados a 10 minutos de distancia caminando desde la oficina del director, porque, se decía, si ocurría una crisis el director podría reunir a los jefes de las finanzas en su sala en media hora.
Pero la Junta de Valores e Inversiones (después llamada Autoridad de Servicios Financieros) reemplazó el rol regulador del Banco Central.
El día del Big Bang, un anuncio en el Financial times prometió un nuevo centro financiero, a unos 5 km al este de la City en Canary Wharf, donde "te sentirías como en Venecia y trabajarías como en Nueva York".
Cambio de actitud
Pero no todo resultó como estaba planeado.
A corto plazo surgió el problema de un enorme exceso de capacidad. Los bancos descubrieron que habían gastando en exceso.
En los años siguientes se vio la clausura de firmas respetadas como Vickers da Costa, Scrimgeour Kemp-Gee, Fielding Newson-Smith, Wood Mackenzie; nombres que ahora sólo aparecen en los libros de historia y en los últimos renglones de currículum financieros.
Para 1992, Canary Wharf se vio forzado a la bancarrota a medida que luchaba por encontrar arrendatarios.
Pero durante los 1990 y 2000, las ganancias, salarios y bonos se dispararon. Incluso Canary Wharf se recuperó y prosperó.
El resultado fue un sector financiero que muchos creen es a prueba del Brexit.
"Los bancos construyeron una enorme infraestructura en tecnología, transporte, educación y telecomunicaciones, y esa infraestructura es única", dice Haynes.
"La gente que dice que nos vamos a trasladar a París o Frankfurt no entiende que no puedes construir una infraestructura como ésta de la noche a la mañana. No puede volverse a construir rápidamente en otra parte del mundo".
Pero con la riqueza surgió algo más ambiguo y peligroso: un cambio de actitudes.
"Se convirtió en una especie de ambiente donde el perro muerde al perro", afirma David Buik.
"En el pasado tenías que ser muy cuidadoso de proteger a tu cliente, tenías una relación. Pero esto se volvió una competencia sobre las tarifas y los precios. Y las ganancias se volvieron colosales".
Gran parte de eso se basó en una cultura de bonos que recompensaba la mejor transacción, y el corto plazo superó al largo plazo.
Algunos pudieron entender mejor que otros lo que estaba pasando.
David Willetts, quien entonces estaba trabajando en la unidad de política de la primera ministra y después se convirtió en ministro conservador, escribió un artículo para Thatcher sobre el posible impacto del Big Bang.
Expresó preocupación sobre "conductas no éticas" y decía que la desregulación financiera podría llevar a una "explosión de la burbuja". Pero concluyó que aunque podía haber "fracasos financieros individuales" no esperaba un "problema sistémico".
En esto, Willetts se equivocó. El colapso financiero de 2008 fue sistémico.
Provocó una nueva ola de regulación y limitó algunas de las libertades de la City.
Sin embargo, nadie, quizás con excepción de algún viejo corredor retirado en su mansión en el sur de Inglaterra, soñaría con regresar a los días de los sombreros de bombín y los meseros mojando los pisos en Capel Court.
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