Playa Bagdad: el extraño lugar donde empieza la frontera entre México y Estados Unidos
Empieza de la forma menos pensada. Podrá ser la frontera más transitada del mundo y una de las más controladas, pero donde comienzan a separarse Estados Unidos y México no existen el tránsito ni los controles.
Para verlo se debe llegar a Texas y pasar por Harlingen, ir a las afueras de Brownsville -la última o primera ciudad fronteriza según cómo se mire- y recorrer Boca Chica Boulevard en dirección este hasta el final. Esta carretera de asfalto gastado, que se convierte en arena, se estrella contra las olas achocolatadas del golfo de México.
La arena es dura y la franja entre el mar y las dunas permite circular hacia el sur, donde, en algún punto, termina Estados Unidos y empieza México. La playa parece abandonada. Un delfín yace sin vida con la boca abierta. Un barril de metal semienterrado que vino a encallar aquí no deja de oxidarse, a una casa rodante sin gente a la vista la custodia, simpático, un perro de pelaje blanco.
La larga lengua de arena está marcada por anchas huellas de neumáticos y, al final, a cuatro kilómetros de la entrada, otra corriente de agua irrumpe en escena. Tras más de 3.000 kilómetros de viaje allí muere el río Bravo y, desde el 2 de febrero de 1848, nace la frontera.
Sus aguas dulces se unen, mezclan y revuelven con las saladas del golfo. En medio de dos tramos de arena sucia fluye un espejo de agua marrón que en su punto más flaco no mide 30 metros. A quienes llegan sin conocer les invade la duda, genuina, de saber exactamente dónde se acaba Estados Unidos y si lo que se ve del otro lado es México.
La incertidumbre lleva a la pregunta, que se grita porque la brisa se lleva las palabras hacia el golfo. "¡¿Eso es México?!". "¡Sí, es México!?, devuelve la voz de un hombre del otro lado.
Entonces sí, aquí empieza la frontera. No hay agentes de la Patrulla Fronteriza, ni aduanas, ni muros. Ni siquiera un cartel que indique que si te lanzas al mar en pocas brazadas estás en otro país. En esa otra orilla lodosa, un puñado de mexicanos pasan el día en la desembocadura de un río que es Bravo, cuando ellos hablan, y Grande, en boca de los estadounidenses.
Llegaron en una 4x4, con la familia entera y braseros a cuestas para asar carne. Con el agua por la rodilla, sostienen la caña de pescar y esperan. A la hija de Feliciano se le escapa su bote inflable rosa y acaba en Estados Unidos. Feliciano, sin quitarse la camiseta de la selección española, se lanza a nadar para recuperarlo.
Mientras le saca el aire para llevárselo de vuelta explica que la necesidad lo hizo venir por el salvavidas, más que nada por los niños, por cómo está la corriente. Que ahorita que pisó territorio estadounidense sí está indocumentado, para qué negarlo. Que por lo regular no se los ve a los de la Patrulla Fronteriza, pero a veces se dan una vuelta, por eso ya se va a regresar. Y que está fuerte la corriente.
Se persigna, se sumerge y nada, y en menos de un minuto se reúne con su familia en México. Vienen de Playa Bagdad, a 15 kilómetros por la costa, destino turístico para la gente del norte del estado de Tamaulipas.
"Tal es la obstinación de este pueblo"
Playa Bagdad tuvo varios nombres a lo largo de la historia pero el que le quedó fue ese y , según la leyenda, se originó porque sus dunas les recordaron a los soldados estadounidenses a esa ciudad mesopotámica. Eran tiempos de la Guerra entre México y Estados Unidos, un conflicto nacido en 1846 del afán expansionista de este último y que se saldaría en 1848 con un tratado que determinó la actual frontera entre ambos.
En 1836 Texas, en ese entonces parte de México, se había declarado independiente alentada por el malestar que les generaba el antiesclavismo mexicano. Envalentonada por la victoria, desestimó su límite sur que se encontraba sobre el río Nueces más de 200 kilómetros al norte del Bravo, y lo llevaron al que es hoy.
México se opuso pues lo consideraba parte de su territorio. En 1845 la anexión de Texas por parte de EE.UU. dio el golpe de gracia a la paz y, tras un enfrentamiento entre tropas de ambos, se fueron a la guerra. La derrota mexicana marcó la frontera para siempre.
Aquí que aparece la figura de Winfield Scott canónico general del Ejército estadounidense que sirvió durante 14 gobiernos y a quien, en parte, se lo podría considerar uno de los tantos involuntarios responsables históricos de la existencia de esta frontera. El Grand Old Man of the Army ostentaba el cargo de mayor general durante el capítulo más aciago de la relación entre Estados Unidos y México.
En marzo de 1847, al mando de 70 navíos, Scott bombardeó el puerto de Veracruz y luego dirigió a 6.000 hombres en la batalla de Chapultepec, que se saldó el 16 de septiembre con la afrenta de la bandera estadounidense ondeando en el Palacio Nacional y el ejército invasor ocupando Ciudad de México.
Como recuerdo de esa época queda el himno de los marines estadounidense, cuya primer estrofa empieza From the Halls of Montezuma (Desde los salones de Montezuma).
Dos días después de la ocupación de Ciudad de México, Scott escribió una carta al secretario de Guerra en Washington, diciéndole "tal es la obstinación, o más bien el enamoramiento, de este pueblo, que es muy dudoso que las nuevas autoridades se atrevan a demandar por la paz en las condiciones que, en las negociaciones recientes, fueron dadas a conocer por nuestro ministro".
No hubo ni un atisbo de ecuanimidad. La humillación en el campo de batalla dio paso a la ignominia de la diplomacia que se saldó con la firma del tratado de límites entre ambos países a comienzos del año siguiente. México quedó desmembrado al perder la mitad de su territorio y la frontera se estableció en el río Bravo. Hay quien podrá afirmar que esa herida no sólo no cicatrizó sino que aún sangra.
Y este punto siguió teniendo importancia histórica. El puerto de Playa Bagdad resultó vital durante la guerra civil estadounidense entre 1861 y 1865. Los 11 Estados Confederados, que habían declarado su independencia, dependían del algodón que se producía en el sur.
Para evitar el bloqueo impuesto por la Unión (e ideado por el general Winfield Scott), este puerto se convirtió en una puerta trasera para que el producto saliera al mar, llegara a Europa y de allí volvieran barcos -franceses e ingleses en su mayoría- con el correo, suministros y armas.
Puerto Bagdad veía pasar barcos a vapor pintados de gris para camuflarse con el plomizo mar nocturno, que navegaban hacia el Caribe y luego su mercadería viajaba más allá.
El frenesí del puerto kilómetros al sur del río se acabó con el fin de la guerra civil estadounidense no sin antes atravesar, en 1866, la Batalla de Bagdad, entre tropas republicanas mexicanas y soldados del Segundo Imperio Francés y Mexicano. En 1880 no pudo con el enésimo huracán y, oficialmente, la ciudad se declaró inexistente.
A comienzos del siglo XXI el río se cansó de ser frontera y su desembocadura quedó bloqueada temporalmente por un banco de arena. Se cortó el vínculo con el golfo, mas no la esencia de un sitio donde el límite surge imperceptible, calmo y armónico en la mitad del curso.
La brisa sostenida mantiene en el aire un concepto de frontera redefinido por la ausencia de división. La corriente es prometedora, río arriba recién inician las verdaderas complejidades de este límite. Las olas rompen y resurgen en cíclica comunión con un entorno ajeno a separaciones geográficas, políticas o sociales. Ser frontera es parte de la naturaleza.
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