La increíble historia de los palos tallados que fueron moneda en Reino Unido hasta el siglo XIX
No lejos de mi casa está el Museo Ashmolean de Oxford, hogar de arte y antigüedades de todo el mundo.
Con frecuencia me veo a mí mismo bajando las escaleras hasta el subterráneo y, como soy economista, paso de largo del café y voy directamente a la galería de dinero que está al lado.
Allí se pueden ver monedas de Roma, los vikingos, el califato abasí y, más cerca, de las regiones de Oxfordshire y Somerset en la época medieval.
Pero aunque parece obvio que la galería del dinero debería estar llena de monedas, la mayor parte del dinero no se muestra en absoluto en esa forma.
El problema es que la mayor parte de nuestra historia monetaria no ha sobrevivido de una forma apta para museos.
En 1834, de hecho, el gobierno británico decidió destruir 600 años de preciados artefactos monetarios.
Fue una decisión que iba a tener consecuencias desafortunadas por más de un motivo.
Un sistema simple y efectivo
Los artefactos en cuestión eran modestos palos de madera de sauce, de unos 20 centímetros de largo, llamados palos tallados del erario.
El sauce se cultivaba en la rivera del Támesis, no lejos del Palacio de Westminster, en el centro de Londres.
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Los palos tallados eran una forma de registrar deudas con un sistema que era sublimemente simple y efectivo.
El palo contenía un registro de deudas en sí mismo.
Podía decir, por ejemplo, "9£ 4s 4p from Fulk Basset for the farm of Wycombe", es decir, "9 libras, 4 shillings y cuatro peniques de Fulk Basset de la granja de Wycombe".
Fulk Basset era un obispo de Londres en el siglo XIII. Tenía una deuda con el rey Enrique III.
Ahora viene la parte elegante. El palo se dividía en dos, a lo largo, de punta a punta.
El deudor se quedaba con una mitad, que se llamaba "foil". El acreedor se quedaba con la otra parte, llamada "stock", una palabra que todavía hoy utilizan los banqueros para referirse a las deudas del gobierno británico.
Debido a que el sauce tiene unas vetas naturales y distintas, las dos mitades solo encajarían entre ellas.
El Tesoro simplemente mantenía un registro de estas transacciones en un libro de contabilidad.
Pero este sistema de palos de cómputo permitía que sucediera algo radical.
Si alguien tenía un "stock" que mostraba que el obispo Basset debía cinco libras,entonces, a no ser que te preocupara que el obispo no manejara bien el dinero, el palo en sí mismo valía cinco libras por su propio derecho.
Si querías comprar algo, podías encontrar que el vendedor quizás aceptara esa mitad del palo como una forma de pago segura y conveniente.
Cierre bancario
Los palos de cómputo se convirtieron en una forma de dinero, y una forma de dinero particularmente instructiva, además, porque nos muestran claramente qué es el dinero: deuda.
Es un tipo de deuda particular, una que puede ser intercambiada libremente, circulada de persona a persona hasta que es separada totalmente del obispo Basset y una granja en Wycombe.
No se sabe bien si los palos de cuentas en realidad se intercambiaban mucho o no.
Pero sí sabemos que otros tipos de deudas similares sí se intercambiaron, algunas de forma sorprendentemente reciente.
El lunes 4 de mayo de 1970, el Irish Independent, el diario líder de Irlanda, publicó una noticia con un título directo: cierre de bancos.
Todos los grandes bancos de Irlanda cerraron e iban a seguir así hasta nuevo aviso.
Los bancos estaban en conflicto con sus propios empleados, los empleados habían votado ir a la huelga, y parecía probable que todo fuera a durar semanas o incluso meses.
Una noticia así, en la que entonces era una de las economías más avanzadas del mundo, podría haber generado un gran pánico, pero los irlandeses siguieron tranquilos.
Habían estado esperando que hubiera problemas, así que habían almacenado reservas de efectivo, pero lo que mantuvo la economía irlandesa a flote fue otra cosa.
Los irlandeses se emitieron cheques entre ellos. Ahora, a primera vista esto no tiene sentido. Los cheques son instrucciones en papel para transferir dinero de una cuenta bancaria a otra.
Pero si ambos bancos están cerrados, entonces la instrucción para transferir dinero no se puede llevar a cabo.
En todo caso, no hasta que abran los bancos. Pero todo el mundo en Irlanda sabía que esto podría no suceder hasta dentro de meses.
Aun así, los irlandeses se emitieron cheques entre ellos.
Y estos cheques circularon. Patrick emitía un cheque por valor de £20 para pagar la cuenta en su pub local. El local quizás luego usaba ese cheque para pagar a sus empleados, o a sus proveedores.
El cheque circulaba entonces de un lado para otro, una promesa de £20 que no podía ser pagada hasta que los bancos abrieran y se pusieran al día con el trabajo pendiente.
El sistema era frágil. Era claramente vulnerable a abusos por parte de personas que emitían cheques aun sabiendo que serían devueltos.
A medida que pasaban los meses de mayo, junio y julio, siempre había un riesgo de que la gente perdiera el registro de sus propias finanzas, también, y empezaran sin querer a emitir cheques que luego no iban a poder pagar.
Quizás el mayor riesgo de todos era que la confianza empezara a fallar, que la gente empezara simplemente a rechazar los cheques como forma de pago.
Sin embargo, los irlandeses siguieron emitiéndose cheques. Debe haber ayudado que tantos negocios en Irlanda fueran pequeños y locales.
La gente conocía a sus clientes. Sabían quién era bueno manejando el dinero.
Se correría la voz sobre la gente que hacía trampa. Y los pubs y tiendas de la esquina podían certificar la capacidad crediticia de sus clientes, lo cual significaba que los cheques iban a circular.
Cuando se resolvió la disputa y los bancos reabrieron, en el mes de noviembre, más de seis meses después de haber cerrado, la economía irlandesa estaba todavía de una pieza.
El único problema era el atraso que había en actualizar cheques que habían alcanzado un valor de más de US$6.300 millones, y que iba a tardar tres meses en superarse.
Un final desafortunado
Pero el caso irlandés tampoco es el único en el que circularon cheques que nunca se cobraron.
En la década de 1950, soldados británicos estacionados en Hong Kong pagaban sus cuentas con cheques en cuentas que tenían en Inglaterra.
Los comerciantes locales circulaban esos cheques, respondiendo por ellos con su propia firma y sin prisa por cobrarlos.
Los cheques de Hong Kong, igual que los cheques irlandeses y los palos de cómputo se habían convertido en una forma de dinero privado.
Si el dinero es simplemente una deuda con la que se puede comerciar, los palos de cuentas y los cheques irlandeses no cobrados no eran una forma extraña de pseudo-dinero, sino que eran dinero, simplemente dinero sin barnizar.
Al igual que un motor funcionando sin su cubierta o un edificio con los andamios todavía puestos, se trata de dinero con su mecanismo subyacente al descubierto.
Claro, nosotros todavía pensamos naturalmente en dinero como esos discos de metal del museo Ashmolean.
Después de todo, lo que sobrevive es el metal, no los cheques ni los palos de cómputo.
Esos palos, por cierto, tuvieron un final desafortunado.
El sistema de palos de cómputo fue finalmente abolido y reemplazado por libros de contabilidad de papel en 1834, tras décadas de intentos de modernización.
Para celebrarlo, se decidió quemar los palos, seis siglos de registros monetarios irremplazables, en una estufa de carbón en la Cámara de los Lores, en lugar de permitir que los trabajadores parlamentarios se lo llevaran a casa para sus chimeneas.
Quemar una carretada o dos de palos en una estufa es una forma estupenda de empezar un fuego.
Así sucedió que la Cámara de los Lores, la Cámara de los Comunes y el Palacio de Westminster casi por completo -un edificio tan viejo como el propio sistema de palos-, ardieron por completo.
Quizás fue una venganza de los santos patrones de los historiadores del dinero.
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