The Financial Industry Regulatory Authority (FINRA) announced that it has barred former Morgan Stanley Smith Barney registered representative John Batista Bocchino for concealing approximately $190 million in Venezuelan bond trades from the firm, which had restricted such trading due to the regulatory, anti-money laundering and reputational risks it posed.
Instead, Bocchino continued to trade in Venezuelan bonds on behalf of his customers, but hid the trades from the firm by using several nominee accounts in the names of well-known U.S. financial institutions, and directing the trades through those accounts.
Unbeknownst to these financial institutions, Bocchino executed approximately 300 Venezuelan bond trades in the accounts opened in their names. To further conceal his customers’ trading, Bocchino created hundreds of firm documents, including new account forms and trade tickets, that contained false information.
Susan Schroeder, FINRA Acting Head of Enforcement, said, “Mr. Bocchino concealed his customers’ identities in order to engage in trading his firm prohibited. FINRA will always pursue misconduct such as Mr. Bocchino’s, who evaded the appropriate scrutiny of his firm’s AML and compliance departments by falsely creating the appearance of compliance.”
FINRA found that Bocchino was able to execute Venezuelan bond trades in violation of Morgan Stanley’s policies while at the same time concealing from the firm the true identities of the underlying customers.
Since Bocchino concealed these customers and trades from Morgan Stanley, the firm was unable to conduct appropriate suitability and anti-money laundering reviews of the activity. In fact, several of the underlying customers presented regulatory concerns, at least three were not customers of Morgan Stanley and were not approved to trade through the firm, and one previously had its account frozen by the firm.
In a related matter, FINRA also announced that registered representative Rafael Barela Jacinto, Bocchino’s sales assistant at Morgan Stanley, was suspended for one year and fined $10,000 for creating firm documents that contained false information.
In settling this matter, Bocchino and Barela neither admitted nor denied the charges, but consented to the entry of FINRA’s findings.
No lejos de mi casa está el Museo Ashmolean de Oxford, hogar de arte y antigüedades de todo el mundo.
Con frecuencia me veo a mí mismo bajando las escaleras hasta el subterráneo y, como soy economista, paso de largo del café y voy directamente a la galería de dinero que está al lado.
Allí se pueden ver monedas de Roma, los vikingos, el califato abasí y, más cerca, de las regiones de Oxfordshire y Somerset en la época medieval.
Pero aunque parece obvio que la galería del dinero debería estar llena de monedas, la mayor parte del dinero no se muestra en absoluto en esa forma.
Los palos tallados eran una forma de registrar deudas con un sistema que era sublimemente simple y efectivo.
El palo contenía un registro de deudas en sí mismo.
Podía decir, por ejemplo, "9£ 4s 4p from Fulk Basset for the farm of Wycombe", es decir, "9 libras, 4 shillings y cuatro peniques de Fulk Basset de la granja de Wycombe".
Fulk Basset era un obispo de Londres en el siglo XIII. Tenía una deuda con el rey Enrique III.
Ahora viene la parte elegante. El palo se dividía en dos, a lo largo, de punta a punta.
El deudor se quedaba con una mitad, que se llamaba "foil". El acreedor se quedaba con la otra parte, llamada "stock", una palabra que todavía hoy utilizan los banqueros para referirse a las deudas del gobierno británico.
Debido a que el sauce tiene unas vetas naturales y distintas, las dos mitades solo encajarían entre ellas.
El Tesoro simplemente mantenía un registro de estas transacciones en un libro de contabilidad.
Pero este sistema de palos de cómputo permitía que sucediera algo radical.
Si alguien tenía un "stock" que mostraba que el obispo Basset debía cinco libras,entonces, a no ser que te preocupara que el obispo no manejara bien el dinero, el palo en sí mismo valía cinco libras por su propio derecho.
Si querías comprar algo, podías encontrar que el vendedor quizás aceptara esa mitad del palo como una forma de pago segura y conveniente.
Cierre bancario
Los palos de cómputo se convirtieron en una forma de dinero, y una forma de dinero particularmente instructiva, además, porque nos muestran claramente qué es el dinero: deuda.
Es un tipo de deuda particular, una que puede ser intercambiada libremente, circulada de persona a persona hasta que es separada totalmente del obispo Basset y una granja en Wycombe.
No se sabe bien si los palos de cuentas en realidad se intercambiaban mucho o no.
Pero sí sabemos que otros tipos de deudas similares sí se intercambiaron, algunas de forma sorprendentemente reciente.
El lunes 4 de mayo de 1970, el Irish Independent, el diario líder de Irlanda, publicó una noticia con un título directo: cierre de bancos.
Todos los grandes bancos de Irlanda cerraron e iban a seguir así hasta nuevo aviso.
Los bancos estaban en conflicto con sus propios empleados, los empleados habían votado ir a la huelga, y parecía probable que todo fuera a durar semanas o incluso meses.
Una noticia así, en la que entonces era una de las economías más avanzadas del mundo, podría haber generado un gran pánico, pero los irlandeses siguieron tranquilos.
Habían estado esperando que hubiera problemas, así que habían almacenado reservas de efectivo, pero lo que mantuvo la economía irlandesa a flote fue otra cosa.
Los irlandeses se emitieron cheques entre ellos. Ahora, a primera vista esto no tiene sentido. Los cheques son instrucciones en papel para transferir dinero de una cuenta bancaria a otra.
Pero si ambos bancos están cerrados, entonces la instrucción para transferir dinero no se puede llevar a cabo.
En todo caso, no hasta que abran los bancos. Pero todo el mundo en Irlanda sabía que esto podría no suceder hasta dentro de meses.
Aun así, los irlandeses se emitieron cheques entre ellos.
Y estos cheques circularon. Patrick emitía un cheque por valor de £20 para pagar la cuenta en su pub local. El local quizás luego usaba ese cheque para pagar a sus empleados, o a sus proveedores.
El cheque circulaba entonces de un lado para otro, una promesa de £20 que no podía ser pagada hasta que los bancos abrieran y se pusieran al día con el trabajo pendiente.
El sistema era frágil. Era claramente vulnerable a abusos por parte de personas que emitían cheques aun sabiendo que serían devueltos.
A medida que pasaban los meses de mayo, junio y julio, siempre había un riesgo de que la gente perdiera el registro de sus propias finanzas, también, y empezaran sin querer a emitir cheques que luego no iban a poder pagar.
Quizás el mayor riesgo de todos era que la confianza empezara a fallar, que la gente empezara simplemente a rechazar los cheques como forma de pago.
Sin embargo, los irlandeses siguieron emitiéndose cheques. Debe haber ayudado que tantos negocios en Irlanda fueran pequeños y locales.
La gente conocía a sus clientes. Sabían quién era bueno manejando el dinero.
Se correría la voz sobre la gente que hacía trampa. Y los pubs y tiendas de la esquina podían certificar la capacidad crediticia de sus clientes, lo cual significaba que los cheques iban a circular.
Cuando se resolvió la disputa y los bancos reabrieron, en el mes de noviembre, más de seis meses después de haber cerrado, la economía irlandesa estaba todavía de una pieza.
El único problema era el atraso que había en actualizar cheques que habían alcanzado un valor de más de US$6.300 millones, y que iba a tardar tres meses en superarse.
Un final desafortunado
Pero el caso irlandés tampoco es el único en el que circularon cheques que nunca se cobraron.
En la década de 1950, soldados británicos estacionados en Hong Kong pagaban sus cuentas con cheques en cuentas que tenían en Inglaterra.
Los comerciantes locales circulaban esos cheques, respondiendo por ellos con su propia firma y sin prisa por cobrarlos.
Los cheques de Hong Kong, igual que los cheques irlandeses y los palos de cómputo se habían convertido en una forma de dinero privado.
Si el dinero es simplemente una deuda con la que se puede comerciar, los palos de cuentas y los cheques irlandeses no cobrados no eran una forma extraña de pseudo-dinero, sino que eran dinero, simplemente dinero sin barnizar.
Al igual que un motor funcionando sin su cubierta o un edificio con los andamios todavía puestos, se trata de dinero con su mecanismo subyacente al descubierto.
Claro, nosotros todavía pensamos naturalmente en dinero como esos discos de metal del museo Ashmolean.
Después de todo, lo que sobrevive es el metal, no los cheques ni los palos de cómputo.
Esos palos, por cierto, tuvieron un final desafortunado.
El sistema de palos de cómputo fue finalmente abolido y reemplazado por libros de contabilidad de papel en 1834, tras décadas de intentos de modernización.
Para celebrarlo, se decidió quemar los palos, seis siglos de registros monetarios irremplazables, en una estufa de carbón en la Cámara de los Lores, en lugar de permitir que los trabajadores parlamentarios se lo llevaran a casa para sus chimeneas.
Quemar una carretada o dos de palos en una estufa es una forma estupenda de empezar un fuego.
Así sucedió que la Cámara de los Lores, la Cámara de los Comunes y el Palacio de Westminster casi por completo -un edificio tan viejo como el propio sistema de palos-, ardieron por completo.
Quizás fue una venganza de los santos patrones de los historiadores del dinero.
En enero de 1842, Charles Dickens llegó a las costas de Estados Unidos por primera vez. Fue recibido como una estrella de rock en Boston, Massachusetts, pero el gran novelista iba con una misión: ponerle fin a las baratas y mal hechas copias pirateadas de su trabajo en ese país.
Circulaban con impunidad porque EE.UU. no garantizaba la protección de derechos de autor a quienes no fueran ciudadanos.
En una amarga carta a un amigo, Dickens comparó la situación a ser asaltado y luego ser exhibido por las calles vistiendo un ridículo atuendo.
¿Es tolerable que además de ser robado y estropeado, un autor sea forzado a aparecer en cualquier (...) vestido vulgar?"
Era una metáfora poderosa y melodramática; ¿qué otra cosa esperaríamos de Dickens?
Pero la verdad es que la causa por la que luchaba el escritor —la protección legal de ideas que de otra manera podían ser copiadas y adaptadas libremente— nunca ha sido completamente clara.
En la cuerda floja
Las patentes y los derechos de autor garantizan un monopolio, y los monopolios no son bien vistos.
Los editores británicos de Dickens cobraban tanto como podían por copias de "Casa desolada", y los amantes de literatura que no tenían con qué pagarlas sencillamente no podían leerla.
Sin embargo, esas potencialmente altas ganancias alentaban nuevas ideas.
A Dickens le tomó un largo tiempo escribir esa novela. Si otros editores británicos hubieran podido robársela como los estadounidenses, quizás no se habría molestado en terminarla.
Por ello, la propiedad intelectual es el reflejo de una contrapartida, un acto de equilibrio.
Si es demasiado generoso para los creadores, pasará mucho tiempo antes de que las buenas ideas puedan ser copiadas, adaptadas y diseminadas. Si es demasiado mezquino, quizás nunca veríamos muchas buenas ideas.
Lo mío y lo tuyo
Uno esperaría que la contrapartida sea cuidadosamente calibrada por tecnócratas benevolentes, pero siempre está coloreada de política.
El sistema legal de Reino Unido protegía celosamente los derechos de los autores e inventores británicos en los 1800 porque el reino era, y sigue siendo, una fuerza poderosa en cultura e innovación.
En la época de Dickens, la literatura e innovación estadounidense estaban en su infancia. La economía estadounidense estaba hambrienta de acceso a las mejores ideas que Europa podía ofrecer al precio más bajo posible.
Los diarios de EE.UU. llenaban sus páginas con plagios descarados, junto con sus ataques contra el metiche del señor Dickens.
Ideas propias
Unas pocas décadas más tarde, cuando los autores e inventores estadounidenses hablaban con una voz más poderosa, los legisladores de EE.UU. se fueron enamorando cada vez más de la idea de la propiedad intelectual.
Los diarios que antaño que se oponían a reconocer los derechos de autor, ahora dependían de ellos.
Y hoy en día es de esperar una transición similar en los países en desarrollo: entre menos copian las ideas de otros y desarrollan más las propias, el interés por protegerlas crecerá.
Hemos visto algo de eso en poco tiempo: China no tenía un sistema de propiedad intelectual hasta 1991.
Venecia
La forma moderna de derechos de autor se originó, como tantas otras cosas, en la Venecia del siglo XV.
Las patentes venecianas eran explícitamente diseñadas para alentar la innovación.
Aplicaban reglas consistentes:
El inventor recibía automáticamente una patente si su invento era útil
La patente era temporal, pero mientras estaba vigente podía ser vendida, transferida y hasta heredada
Si no era usada, la patente se perdía
La patente era invalidada si la invención se basaba demasiado en una idea previa
Esas son ideas muy modernas.
Y pronto crearon problemas muy modernos.
Un motor propio
Durante la Revolución Industrial en Reino Unido, por ejemplo, el gran ingeniero James Watt descubrió una manera mejor de diseñar un motor a vapor.
Pasó meses desarrollando un prototipo pero, luego, puso aún más esfuerzo en conseguir una patente.
Su influyente socio comercial, Matthew Boulton, logró incluso que extendieran la patente haciendo cabildeo en el Parlamento.
Boulton y Watt la usaron para extraer derechos de licencia y aplastar a sus rivales, entre ellos Jonathan Hornblower, que hizo un motor a vapor aún mejor y sin embargo termino arruinado y en la cárcel.
Quizás las maniobras fueron sucias pero, ¿fueron justificadas?
Pues quizás no.
Los economistas Michele Boldrin y David Levine argumentan que lo que verdaderamente desató la industria impulsada por el vapor fue la expiración de la patente, en 1800, cuando los inventores rivales revelaron las ideas que se habían guardado por años.
Y, ¿qué pasó con Boulton y Watt cuando ya no pudieron demandar a esos rivales?
Prosperaron más.
Cuando dejaron de prestarle atención a la litigación encausaron sus energías a producir los mejores motores a vapor del mundo, mantuvieron los precios tan altos como antes y los pedidos se multiplicaron.
Largas y amplias
Lejos de incentivar mejoras en el motor a vapor, la patente los retraso.
No obstante, desde los días de Boulton y Watt, la protección de la propiedad intelectual se ha vuelto más -no menos- expansiva.
Los términos de los derechos de autor cada vez son más largos: en EE.UU. solían ser, originalmente, 14 años, con la posibilidad de una sola renovación.
Ahora duran 70 años después de la muerte del autor, lo que típicamente es más de un siglo.
Las patentes se han vuelto más amplias; son otorgadas a ideas vagas, como la de "un clic" de Amazon una patente estadounidense que protege la no muy radical idea de comprar un producto en internet con sólo hacer clic en un botón.
El sistema de propiedad intelectual de EE.UU. ahora tiene alcance global, gracias a la inclusión de las reglas de derechos de autor en lo que se tiende a describir como "acuerdos comerciales".
Y más y más cosas están cubiertas por los derechos de autor, de plantas a edificios, pasando por software.
Acabar con todo
Las expansiones son difíciles de justificar pero fáciles de explicar: la propiedad intelectual es muy valiosa para sus dueños, lo que justifica el costo de emplear abogados y cabilderos con altos sueldos.
Las versiones modernas de Matthew Boulton y Charles Dickens tienen un gran incentivo para luchar por leyes de propiedad intelectual más draconianas, mientras que hay pocas probabilidades de que los muchos compradores de los equivalentes de los motores a vapor y "Casa desolada" se organicen para montar una oposición.
Los economistas Boldrin y Levine tienen una solución radical al problema: deshacerse del todo de la propiedad intelectual.
Existen, después de todo, otras recompensas por inventar cosas: tener la ventaja de ser el primero de la competencia; establecer una marca sólida o disfrutar de un entendimiento más profundo de lo que hace que un producto funcione.
Tesla es una de las firmas que ha puesto la idea en práctica. En 2014, la compañía de autos eléctricos dio acceso a su archivo de patentes para que la industria entera se expandiera, calculando que la compañía misma se beneficiaría.
No todo de una vez
Sin embargo, a la mayoría de los economistas les parece que deshacerse de la propiedad intelectual del todo es ir demasiado lejos.
Señalan que casos como los de nuevas medicinas, en los que los costos de invención son enormes y los de copia, triviales.
Pero incluso los que defienden los derechos de autor tienden a argumentar que en la actualidad son demasiado amplios, demasiado largos y demasiado difíciles de cuestionar.
Una protección más limitada restauraría el equilibrio, sin quitar el incentivo de crear nuevas ideas.
¿Y Dickens?
El mismo Charles Dickens eventualmente descubrió el aspecto ventajoso de una protección intelectual débil.
Un cuarto de siglo después de su visita inicial a EE.UU., Dickens retornó.
Su familia lo estaba llevando a la ruina y necesitaba ganar dinero.
Calculó que tanta gente había leído las copias piratas de sus historias que podía aprovechar su fama con una gira de conferencias.
Tenía toda la razón: gracias a la piratería, Dickens hizo una fortuna como orador público, muchos millones en dinero actual.
A veces, la propiedad intelectual vale más cuando se regala.